Mudarse no es simplemente llevar muebles y canastos a otra casa o a un nuevo departamento.
Mudarse implica significados no del todo visibles. Conocerlos ayuda a decidirse a vender ese inmueble que en un momento fue perfecto, y que ahora no lo es por muchos motivos. Te invitamos a conocer esos significados.
Vivir en el presente
En primer lugar, mudarse es vivir una vida acorde al presente. Quizá cuando uno comenzó a habitar el actual inmueble, era justo lo que necesitaba.
Ahora, las cosas cambiaron. Tal vez no se precisan 4 cuartos o, al revés, sí se hacen imprescindibles 2 dormitorios extra.
En segundo lugar, mudarse es equilibrar los ingresos y los egresos. Tal vez las expensas se volvieron muy altas o hay demasiados vecinos morosos. O los impuestos municipales se dispararon.
El hecho de mudarse es elegir también un nivel de gastos acorde a la realidad del propietario que desea hacer ese cambio.
En tercer lugar, mudarse es ejercer la libertad de elegir. Ahora la persona se encuentra con la posibilidad de seleccionar el barrio –abierto o cerrado– con el que siempre soñó. O una casa con pileta, o sin pileta porque ya tuvo una y no le resulta prioritario en este momento.
En cuarto lugar, mudarse también significa ser dueño del tiempo. Por ejemplo, en el caso de quien se pasa a una casa que está a 10 minutos de su trabajo. O a un departamento más amplio para disfrutar en paz del trabajo remoto.
En quinto lugar, mudarse es conocer nueva gente. Al cambiar de lugar, el propietario puede hacer nuevos amigos o vincularse con personas que no encontró donde antes residía.
También se abre la opción de conocer gente en el gimnasio que está a la vuelta del inmueble que ahora se va a habitar. O lograr que los chicos tengan nuevos compañeros de juegos, de club, de colegio.
Disfrutar del aire libre
En sexto lugar, mudarse puede significar animarse a una vida más liviana. Una vida con menos objetos y más espacio, mayor orden.
El documental “Minimalismo: las cosas importantes”, disponible en Netflix, trata sobre cómo el “soltar” muebles, cuadros, libros, adornos, camisas, zapatos, cuadernos y otros elementos que están duplicados o triplicados en la casa, genera una sensación de placer.
En séptimo lugar, mudarse es la posibilidad de disfrutar del aire libre. Esto se da porque la nueva casa tiene jardín, o el departamento presenta un amplio balcón o un espectacular balcón terraza. O, ¿por qué no?, porque el inmueble a ocupar está cerca del río, de un parque, de un campo de golf, de un polideportivo.
El contacto con el sol, eso tan deseado por todos, es posible cuando se toma la decisión de cambiar de domicilio.
En octavo lugar, mudarse es –así mismo– dejar ciertos vínculos tóxicos. Vecinos invasivos y otras personas que no suman cosas positivas, quedan atrás cuando uno se muda.
Cambiar de casa es la excusa perfecta para dedicarle tiempo solo a quien realmente lo merece. Puede sonar un poco antipático, pero no lo es.
En noveno lugar, mudarse es encontrarse con uno mismo. Una nueva casa, como un cuaderno en blanco, abre infinitas posibilidades. Seguramente, la central es la de encontrarse con el yo interior. Con ese yo que nunca miente y que siempre sabe lo que le hace bien a la persona.
Lejos de la rutina
En décimo lugar, mudarse es alejarse de la rutina. Entrar a un departamento o a una nueva casa genera sentimientos positivos porque debilitar el factor rutina. Todo se ve distinto, lleno de posibilidades.
Y en undécimo lugar, mudarse es reconocer que el dicho “Cambiar de casa es cambiar de vida” está lleno de sabiduría.
Algo mágico se produce junto con la mudanza: todo resulta atractivo, la vida ya no es la de siempre.
Se despliega un mapa interior que invita a ser recorrido paso a paso, sin pausa. Y eso, sin mencionar el caso especial de quien vive con sus padres y desea independizarse. Irse a vivir solo es un símbolo de autonomía que se siente con intensidad. Lo mismo ocurre cuando se muda una pareja que, hasta entonces, convivió con los padres de la mujer o del hombre.